Contexto histórico

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La Historia de Sicilia está indisolublemente unida a la del Mediterráneo como su principal isla por dimensiones y por la posición geográfica que ocupa entre Oriente y Occidente, entre Europa y África. Como tal, ha estado igualmente ligada a la mayor parte de las grandes civilizaciones que se han desarrollado en este espacio y ha sido objeto de conquistas e invasiones que la convierten en un lugar privilegiado y complejo desde el punto de vista histórico.

La crisis del Imperio Romano de Occidente tendrá su reflejo político en la invasión vándala del año 439 bajo el gobierno del rey Genserico. Su presencia se prolongará hasta el año 468, tras lo cual se producirá una breve conquista hérula (476) y ostrogoda (488) durante el reinado de Teodorico. Sin embargo, el proyecto de restauración imperial de Justiniano llevará a la guerra entre el Imperio Bizantino y el reino Ostrogodo. Sicilia fue la primera región que conquistó el general Belisario y fue usada como base para que los bizantinos reconquistasen el resto de Italia. En el 535, el emperador Justiniano I hizo de Sicilia una provincia bizantina.

A mediados del siglo VII comenzarán los primeros saqueos de las tropas árabes del califa Uthman, pero no será hasta el año 827 cuando se produzca la invasión árabe-beréber desde el Norte de África, precisamente en la zona occidental de la isla, en Mazzara del Vallo. Los emires aglabíes se hicieron con el poder en toda la isla tras un largo proceso de conquista que duró más de un siglo. A partir del año 910, la isla se situó bajo la órbita de los califas fatimíes hasta el 948, cuando los Kalbíes establecieron una dinastía shií que acabó funcionando como un emirato independiente.

Las divisiones internas provocaron que el Imperio Bizantino intentara de nuevo recuperar el territorio de Sicilia en el año 1038, bajo el gobierno de Miguel V. Al frente de la empresa se situó el general Jorge Maniaces, que contó con el apoyo de mercenarios normandos bajo el mando de Guillermo Brazo de Hierro. Fue así que, tras un inicial fracaso, los normandos tomaron la iniciativa de manera independiente en 1061, con Ruggero de Altavilla a la cabeza. Los normandos fueron apoyados por los pisanos, que atacaron Palermo en el año 1063. La conquista se produjo desde Oriente, comenzando con Messina. Treinta años después, en el 1091, toda la isla estaba bajo el dominio de los normandos que crearon un reino independiente.

La nueva entidad política estuvo caracterizada, al igual que las anteriores, por la complejidad social y cultural en la que ahora se aglutinaba población de origen griego, árabe, beréber, normando y distintas confesiones religiosas, desde el cristianismo griego ortodoxo al católico latino pasando por el islam.

Las tensiones se pusieron de manifiesto a la muerte de Enrique VI (1197), cuando la protección real sobre la población musulmana dejó de ser efectiva con un rey menor de edad, Federico II, y Sicilia pasó a ser escenario de las luchas entre güelfos y gibelinos. Los musulmanes rebeldes se aliaron con los señores alemanes como Marcovaldo de Annweiler. La revuelta se expandió a una parte sustancial de la Sicilia occidental. Muhammad Ibn Abbad, cabecilla de este alzamiento, se proclamó “príncipe de los creyentes” y acuñó su propia moneda.

En 1221, la respuesta de Federico II fue contundente, venciendo a los musulmanes en Jato, Entella y otras plazas fortificadas. Dos años más tarde comenzaron las deportaciones de la población musulmana, que terminaron tras veinte años.

El hijo de Federico II, Manfredo de Sicilia, será asesinado en Benevento por Carlos de Anjou en 1266, hermano del rey de Francia. Pero el dominio de la dinastía francesa sobre Sicilia durará solo hasta el año 1282, cuando se produjo la revuelta conocida como las Vísperas Sicilianas. El resultado de esta rebelión será un nuevo cambio de dinastía, por el que Pedro III de Aragón pasará a ser rey de Sicilia en virtud de sus lazos matrimoniales con la familia Hohenstaufen.

Se dará así comienzo al periodo de dominación aragonés, que durará hasta el año 1516, con la muerte de Fernando el Católico. Se había producido entonces la unión entre las coronas de Aragón y de Castilla, y Sicilia, junto con el reino de Nápoles, pasará a ser a partir de entonces uno más de los dominios Españoles bajo los imperios de Carlos V y Felipe II. Sicilia será gobernada por virreyes con sede en Napoles y Palermo y su destino estará unido al de España. Durante siglos, la amenaza turca y de los piratas berberiscos marcará una parte importante de la vida y relaciones externas de la isla.

La dominación española se prolongará hasta el tratado de Utrech (1713), en que pasará a estar regida por la casa Savoia del Piamonte y posteriormente por los Ausburgo austriacos (1720). Este periodo, sin embargo, será de nuevo corto, ya que Carlos de Borbón conseguirá conquistar Sicilia en 1734, uniéndola a Nápoles en un reino independiente hasta el proceso de unificación italiana en 1860.